El papá durante las etapas de la primera infancia - Lazos Paternos - camino de sanación - capitulo 17 audiolibro

Camino de Sanación - Lazos Paternos

23-12-2021 • 9 mins

Como hemos dicho, las etapas de la primera infancia, de la niñez y del juego, según
Erikson, comprenden las fases que van desde el nacimiento hasta aproximadamente
los cinco años.
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Los estudios que se han realizado demuestran que durante los primeros cinco años de vida, el cerebro del niño crece más rápidamente que en las demás etapas. Así
pues, durante este período, todas las experiencias intelectuales y especialmente las afectivas y espirituales contribuirán a su capacidad y disposición para seguir aprendiendo y madurando positivamente a lo largo de su vida.
Los padres, abuelos, maestros, niñeras y demás adultos dejan una impronta indeleble en la vida de los niños
pequeños. Pero, ¿qué influencia tiene el padre durante
estos años?
Durante mucho tiempo los psicopedagogos y expertos en psicología resaltaban la importancia que tiene para un niño la presencia materna en esos primeros cinco
años de vida y, sin negar la importancia de la imagen
paterna, relegaban al papá a un segundo plano; se hacía más énfasis en su rol de proveedor económico de la
familia y responsable de los límites disciplinarios que
en su rol como proveedor afectivo.
Afortunadamente, en la actualidad se ha redescubierto y revalorizado la importancia de la presencia paterna para que la
criatura reciba los nutrientes afectivos necesarios que le ayudarán a tener un normal desarrollo físico, intelectual, afectivo y
espiritual.
Desde el momento del nacimiento, el niño empieza
a experimentar las primeras incomodidades y situaciones generadoras de estrés, tales como las luces fuertes,
las voces o los ruidos estridentes, el calor o el frío excesivos y todo aquello que le causa dolor o inseguridad. A
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partir de ese momento y durante los años venideros, la
cercanía y serenidad paterna ha sido para nosotros un
don inestimable y ha dejado vestigios de cómo reaccionamos en la actualidad ante situaciones de dificultad o
de conflicto, en nuestra capacidad de mantener la calma o de angustiarnos de manera desproporcionada ante los más mínimos inconvenientes.
Al parecer, especialmente los tonos graves de la voz masculina, pero también los músculos de las manos y el olor que segrega el cuerpo masculino tienen la capacidad de brindar un
aporte extra de seguridad que quedará registrado durante toda
la vida en la memoria de nuestro niño interior.
De aquí la importancia que no sea sólo la madre quien
cambie, bañe y alimente al niño, sino también el padre.
De este modo los dos estarán asociados con sensaciones
placenteras que proveerán al niño interior de la capacidad de relacionarse de manera sana tanto con hombres
como con mujeres.
Es como si Dios Padre hubiese querido proveer al varón de algunos de sus rasgos paternos, así como también
ha dado a la mujer otras de sus cualidades.
La presencia paterna en las tareas cotidianas brindará al niño interior la imagen de un hombre y padre comprometido, sereno y amoroso. Esto lo ayudará a desarrollar en su interior una imagen confiable de adulto que
cimentará en él la seguridad personal y una sana autoestima, y le aportará la fortaleza necesaria para afrontar
la vida de manera positiva y constructiva.
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El rol del papá en la relación con los hijos tiene elementos comunes con el rol de la mamá, pero también
tiene elementos específicos, según el sexo de los hijos. A
las hijas mujeres, entre muchos otros aportes y cualidades, les provee los elementos positivos con los cuales en
la edad adulta buscarán al compañero con el que han
de compartir la vida; a los hijos varones, según los juegos y la vinculación afectiva, les provee el modo de identificación masculina.
Ahora bien, durante su crecimiento, el niño(a) percibe
estos elementos positivos o negativos de su padre no sólo directamente, por la manera como interactúa o deja
de interactuar con él (ella), sino también indirectamente,
por la manera como interactúa con la madre y con los demás adultos. Y esto va modelando su personalidad.
Por eso, cuando el papá y la mamá tienen una crisis
matrimonial o están separados, es muy importante que
ambos cuiden su corazón, sus gestos, sus palabras y actitudes, ya que el niño es como una esponja que lo absorbe
todo, lo bueno y lo malo; es como una página en blanco
sobre la cual se está escribiendo cómo será —como padre o madre— en su vida adulta y su modo de relacionarse con los demás, tal como lo ilustra el siguiente relato.
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Relato
“Hijitos, no amemos con
puras palabras y de labios para afuera,
sino de verdad y con hechos”.
1Juan 3, 18
La media frazada
on Roque era ya un anciano cuando murió
su esposa. Durante muchos años había trabajado con perseverancia para sacar adelante a su familia. Su mayor deseo era ver a su hijo convertido en un hombre de bien, respetado por los demás, y
había dedicado su vida y su escasa fortuna a lograrlo. A
los setenta años, Don Roque se encontraba sin fuerzas,
sin esperanzas, solo y lleno de recuerdos. Esperaba que
su hijo, ahora un brillante profesional, le ofreciera su
apoyo y comprensión, pero veía pasar los días sin que este apareciera… Entonces decidió pedirle un favor, por
primera vez en su vida. Fue a la casa donde vivía su hijo
con su familia y tocó a la puerta.
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L
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— ¡Hola papá! ¡Qué milagro que vienes por aquí!
— Ya sabes que no me gusta molestarte, pero me siento
muy solo, además estoy cansado y viejo.
— Pues a nosotros nos da mucho gusto que vengas a visitarnos, ya sabes que esta es tu casa.
— Gracias, hijo, sabía que podía contar contigo, pero temía ser un estorbo. Entonces, ¿no te molestaría que
me quede a vivir con ustedes? ¡Me siento tan solo!
— ¿Quedarte a vivir aquí? Sí… claro… Pero no sé si estarías a gusto. Tú sabes, la casa es chica… mi esposa
es muy especial… y luego los niños…
— Mira, hijo: si te causo muchas molestias, olvídalo. No
te preocupes por mí, alguien me tenderá la mano.
— No, papá, no es eso. Sólo que… no se me ocurre dónde podrías dormir. No puedo sacar a nadie de su cuarto… mis hijos no me lo perdonarían… A menos que
no te moleste…
— ¿Qué, hijo?
— Dormir en el patio…
— ¿Dormir en el patio?… ¡Está bien!
El hijo de Don Roque llamó a Luis, su hijo de doce años.
— Dime, papá.
— Mira, hijo. Tu abuelo se quedará a vivir con nosotros.
Tráele una cobija para que se tape en la noche.
— Sí, con gusto… Y ¿dónde va a dormir?
— En el patio… No quiere que nos incomodemos por su
culpa.
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Luis subió por la manta, tomó unas tijeras y la cortó
en dos. En ese momento llegó su padre.
— ¿Qué haces, Luis? ¿Por qué cortas la frazada de tu abuelo?
— ¿Sabes, papá? Estaba pensando…
— ¿Pensando en qué?
— En guardar la mitad de la cobija para cuando tú seas
viejo y vayas a vivir a mi casa.
La enseñanza es bien clara, no necesita ninguna explicación, sólo tenemos que recordar que recogemos lo
que sembramos, especialmente en lo que se refiere al
ejemplo que damos a nuestros niños.