Dios padre sana las heridas de la primera infancia - Lazos Paternos - camino de sanación - capitulo 18 audiolibro

Camino de Sanación - Lazos Paternos

23-12-2021 • 4 mins

Quiero invitarte a que mientras lees las siguientes páginas, trates de imaginar a ese
niño(a) recién nacido que fuiste, para que
con el correr de los minutos de lectura no
sólo acumules información, sino que también le permitas al Espíritu de Dios, que todo lo ve, colmarte del amor,
las caricias y la aceptación paterna que quizá te faltaron
en esa etapa de la infancia.
De algún modo esa pequeña criatura aún habita en
tu interior, y a través de la oración tú tienes la capacidad
de permitirles a Papá Dios y a Mamá María que mimen a
ese pequeño niño, para que reciba las caricias que todavía necesita y por las cuales clama su alma. De este modo le permitirás al Espíritu Santo que te aporte toda la
seguridad y la confianza que estás necesitando.
En cada etapa de la vida, nuestra naturaleza psicofísica y social debe saciar diversas necesidades para que lleguemos a tener una personalidad madura. Si alguna de
esas necesidades básicas no es suficientemente satisfecha
en la etapa o en la edad correspondientes, la persona se
verá privada de un elemento fundamental para desarrollar su vida en plenitud, en el nivel personal y social.
Durante el nacimiento, en las primeras horas o días
de vida, y en general a lo largo de los años siguientes,
hemos recibido una gran cantidad de estímulos que intervinieron y siguen influyendo en nuestra manera de
ver la vida, en el modo de pensar y sentir, en nuestras
decisiones cotidianas y en muchos aspectos de nuestra
existencia.
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Estos estímulos recibidos durante la primera infancia
continúan actuando mediante lo que podríamos llamar
una programación biológica y psicológica que condiciona e
influye positiva o negativamente en el modo en que interactuamos en los ambientes en los que estamos insertos y con las personas con las que compartimos nuestra
existencia cotidiana.
Dependiendo de cómo haya sido la presencia materna y paterna en la etapa de la lactancia, el “yo” de ese pequeño(a) niño(a) que habita en nuestro interior se ha
empezado a afirmar en la confianza y en una tendencia
a ser una personalidad colmada de esperanza, o, por el contrario, si ha habido carencias, se ha encerrado en la desconfianza y en una personalidad que tiende al desánimo y a
la desesperanza.
Ese niño pequeño que fuimos en algún momento recibió un caudal de confianza social, incluso a través del
modo en que se desarrolló nuestra alimentación, el sueño y hasta los movimientos intestinales. Y, evidentemente, la presencia del padre alimentándonos, bañándonos,
cambiando los pañales, hablándonos, jugando con nosotros, interactuando de alguna manera, influyó en nuestra seguridad y en el modo de relacionarnos con el género masculino.
Cuando éramos niños, estábamos despiertos, éramos
receptivos a todos los sonidos, registrábamos voces, imágenes y demás estímulos que fueron creando nuestro
entorno, un entorno con el cual nos familiarizamos cada
vez más. Durante este período superamos muchos mie-
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dos y fuimos reafirmados en la bondad interior que se
reflejaba en los tonos de voz y en el modo de interactuar de nuestros padres.
Todo ese cúmulo de “información afectiva”, con sus
luces y sombras, habita en nuestro interior —aunque
en apariencia esté olvidada— y es fuente de seguridad
o de inseguridad casi permanentes. Tomémonos ahora
un tiempo para reflexionar y orar sobre lo leído en este capítulo.